Un reciente estudio de la consultora McKinsey asegura que, si todos los países equiparan las ratios de paridad de las naciones más avanzadas de sus continentes, la economía mundial aumentaría en 12 billones de dólares (un 11%) en 2025. Es el escenario menos optimista. Porque en caso de que se lograra la equiparación salarial entre hombres y mujeres, el PIB global engordaría en 28 billones, un 26% más.
La brecha de género no es sólo una cuestión moral o un asunto social. También tiene una clara dimensión económica. “Si las mujeres, que totalizan la mitad de la población en edad de trabajar del planeta, no logran alcanzar su pleno potencial financiero, la economía mundial se resentirá”, explica Jonathan Woetzel, autor del estudio de McKinsey Global Institute (MGI), el think-tank de la consultora americana. A su juicio, “cualquier tipo de desigualdad acarrea consecuencias en el orden económico”. Y la brecha de paridad entre hombres y mujeres no es una excepción.
En su diagnóstico –The Power of Parity– esboza un escenario idóneo y factible, que consiste en que la totalidad de los países adquieran las ratios de avance en igualdad de género de las naciones que ostentan en liderazgo en paridad hombre-mujer dentro de su órbita territorial. O dicho en otros términos, “alcanzar al mayor de cada región”, recalca Woetzel. En tales circunstancias, el PIB del planeta aumentaría nada menos que en 12 billones de dólares, un 11% más, según el valor actual de la economía global medida a precios corrientes. Un pastel extra muy suculento. Equivalente a la suma de la riqueza nacional de Alemania, Japón y Reino Unido.
Pero el informe también describe un segundo horizonte, más ambicioso. Si los países asumen una agenda de igualdad de género que apueste por un “pleno potencial” de desarrollo, y en el que, por ejemplo, se consiguiera “la paridad salarial o idénticos roles y funciones” en las carreras profesionales de hombres y mujeres, el alza adicional del PIB sería de 28 billones de dólares; un 26% más. En este caso, el salto sería similar al conjunto de las economías de EEUU y China, las dos de mayor dimensión del mundo. O el doble de la aportación de las mujeres con un empleo estable entre 2014 y 2025 si se mantuviera el clima igualitario actual. En ambos supuestos, en apenas un lustro. Al comienzo de 2025.
El equipo de análisis de McKinsey asegura que, después de varias décadas de progresos en los ámbitos económicos y sociales, “la brecha entre hombres y mujeres se mantiene muy abierta”, que los pasos hacia la paridad en el mercado laboral -tanto en empleabilidad como en acceso a puestos de liderazgo o directivos- “no es necesariamente una exigencia normativa”, sino que, más bien, “debe involucrar decisiones empresariales y personales” que corrijan “las desventajas relativas” en las que se encuentran en la actualidad las mujeres.
En su opinión, sería conveniente que las instancias oficiales y el sector privado se cogieran de la mano en este desafío. Porque, a partir de un mapa de situación, en el que analizan quince indicadores de igualdad en 95 países, se aprecia que, en 40 de ellos, los parámetros de desigualdad son altos o extremadamente altos en al menos la mitad de los barómetros. En especial, en cuatro categorías: igualdad laboral, en servicios esenciales para tener acceso a oportunidades económicas, en protección legal y policial y en seguridad física y autonomía e independencia personal.
El reto afecta tanto a potencias industrializadas como a mercados emergentes. La Calificación de Igualdad de Género (Gender Parity Score, GPS) de McKinsey, revela que 46 países elevarían en más de un 10% su PIB si se acercaran a los registros de sus líderes continentales. Casi todos situados en América Latina. Pero también señala en esta terna de potenciales saltos cualitativos y cuantitativos a India. Su GPS general, que marca la plena igualdad en uno, señala a las naciones del Sur de Asia -excluida India- como la región más alejada de la paridad, con un 0,44, mientras que las más avanzadas son América del Norte y Oceanía, con un 0,74. Y establece una premisa clara: la relación entre una sociedad igualitaria y la inserción de la mujer en el mercado laboral.
“No existen países en nuestro análisis que tengan unos niveles altos de paridad de género y otro bajo de igualdad laboral entre hombres y mujeres”, explica Woetzel, para quien el “desarrollo económico de un país resulta esencial para reducir el diferencial”. Aunque la rapidez de progreso en este terreno lo determinen cuatro grandes campos de actuación: la excelencia educativa, el grado de inclusión financiera y digital, la protección legal y las garantías de estabilidad laboral.
El estudio también identifica diez zonas de impacto o áreas donde las acciones políticas en favor de la igualdad deberían afectar a más del 75% de las mujeres. Territorios donde se bloquean su potencialidad para adquirir independencia económica, con escasa protección laboral, mínimas garantías legales y altos niveles de violencia. Factores que contribuyen decididamente a que las mujeres, siendo la mitad de la población laboral activa, apenas aporten el 37% del PIB. O que el número de mujeres con independencia socio-económica esté en nada menos que 655 millones por debajo del registro de los hombres. En gran medida, debido a que sus sueldos, de media, se encuentran un 16% por debajo, según la OCDE.
En obstrucción a la independencia económica, el estudio señala a China, donde la porción de mujeres en labores directivas es de sólo el 20%. Frente al más del 50% de Europa o al 74% de Norteamérica. India es el área con mayor número de horas no pagadas a mujeres (práctica que sucede en la mayor democracia del planeta 9,8 veces más que la media global). Respecto a la protección legal, el diagnóstico es global. Sólo en 18 de los países analizados hay igualdad de derechos entre hijos e hijas, 16 carecen de legislación de violencia de género y en 49 las mujeres embarazadas no pueden acceder a trabajos similares al de los hombres. Más de 2.500 millones de mujeres se ven afectadas por sistemas jurídicos con normas de desigualdad.
En similares posiciones se hayan otros parámetros. La representación política femenina es de apenas el 22% del que ostentan los hombres, aunque en países como Finlandia o Suecia se llegue hasta el 82% y el 86%, respectivamente. Mientras que, en el terreno de la violencia, el 30% de las mujeres manifiesta haber tenido algún episodio de amenaza física, psíquica o sexual en algún momento de sus vidas. En Angola y Etiopía, por ejemplo, este porcentaje alcanza a más de dos de cada tres mujeres. Estas zonas de impacto requieren de la combinación de iniciativas oficiales que mejoren la calidad y el acceso a los mercados laborales de las mujeres, que otorguen niveles más acordes en educación y que reduzcan las vulnerabilidades que penden aún sobre la infancia, mejorando las infraestructuras, los servicios básicos de transporte o la sanidad. Pero también se requiere del esfuerzo en igualdad de las empresas. Por ejemplo, en el salto hacia la digitalización.
En la edad de la Inteligencia Artificial y de los nuevos negocios on line, alrededor de 160 millones de mujeres necesitarían, en todo el mundo, modificar sus habilidades profesionales para lograr futuros puestos relacionados con la alta cualificación tecnológica. Y persisten barreras laborales y socio-económicas para que alcancen sus nuevos roles digitales.
En economías maduras, sólo el 15% de las operaciones con maquinaria robotizada es femenina. Mientras que, en las naciones en desarrollo, una adecuada política empresarial, con opciones de trabajo on line, sin que medie un desplazamiento al lugar de trabajo, añadirían 150 millones de puestos de trabajo netos, en empresas y factorías relacionadas las manufacturas y sobre las que resulta ineludible aplicar las nuevas pautas productivas vinculadas a la robotización. En las economías de rentas altas, hasta el 42% de los nuevos puestos de trabajo automatizados podrían ser femeninos.