Fuente: Haroldo
Por María Pía López
Fotos: Alana Rodriguez
Ante un nuevo 8 de marzo, la socióloga y ensayista María Pía López analiza el presente del feminismo enmarcado en una coyuntura atravesada por la pandemia y se pregunta cómo conciliar la defensa de la vida con la lucha por una vida digna de ser vivida.
“… habría que volver atrás, entonces,
a inventar de nuevo la historia malograda,
a reparar lo que se ha roto y recomponer las paredes
precariamente sostenidas, los rebordes descuidados,
los lugares que quedaron abandonados o inconclusos
como un albañil que maneja las herramientas toscas
con toda la delicadeza de la que es capaz
hasta que logra encontrar la forma
a la vez simple y hermosa
de combinar los materiales con que cuenta
para transformar lo que estaba dañado, eso que todos decían
que no tenía arreglo.”
Claudia Masin, “Río”
Marzo, mes de conmemoraciones y peleas. También ese mes que para los amantes del verano se tiñe un poco de melancolía: hay cuerpos que se resisten a ese lento declinar de los días y a la inminencia del otoño. Que sea salpicado por algunas fechas lo hace menos tristón y más festivo, porque nos gustan esos 8 aguerridos y la memoria obstinada de los 24. Nos gusta, digo, y la palabra es insuficiente, porque lo que a muches nos pasa en esos días es el habitar el reconocimiento mutuo, el saber que somos parte de un colectivo que festeja y pelea y que siente mucho orgullo por esa tenacidad que lo vuelve, como si fuera una ola, una y otra vez a pisar el pavimento, una y otra vez a entonar los cánticos masivos, una y otra vez a fundirse en decenas de abrazos. El año pasado la pandemia irrumpió entre el 8 y el 24: en la primera fecha marchamos y en la segunda colgamos blancos pañuelos en las ventanas.
Ninguna de esas marchas son ajenas a la discusión sobre la vida y la muerte, con sus consignas superpuestas en una memoria social que acuñamos y en la que acunamos nuestras existencias: vivas nos queremos, aparición con vida; o por el revés, nunca más y ni una menos. El tema de la vida era el que se iba a dirimir con intensidad alrededor de la discusión sobre la legalización del aborto: quienes se oponían construyeron la idea de que se trataba de defender “las dos vidas”, considerando como tales a existencias biológicas desprovistas de subjetividad, en un caso porque situaban su comienzo en el mero episodio de la fertilización, en otro porque negaban a les gestantes la capacidad de decidir de acuerdo a su deseo y situación. Eran dos vidas privadas de la afirmación vital: lo indeterminado, lo creador, la diferencia que puede irrumpir. Lxs defensorxs de la preservación de la clandestinidad del aborto se sentaban sobre el brillo de esa palabra que aparecía indiscutible. ¿Quién diría que está a favor de la muerte y no de la vida? Ni siquiera los asesinos pueden afirmar su acción como proyección general o los agentes de la necropolítica defender el sentido mortuorio de sus acciones: éste aparecerá, por el contrario, como efecto indeseado de la defensa de la vida. Del mismo modo, la muerte de muchas en abortos clandestinos aparecía como consecuencia no querida de la autopercibida defensa de las dos vidas.
Festejos por la media sanción de la ILE, en el Congreso de la Nación, Buenos Aires Argentina, el 11 de Diciembre del 2020. Foto: Alana Rodriguez @_anonimeh (Cobertura para @colibrirevista)
2020 fue, también, el año en que la discusión sobre la vida se volvió dramática y urgente por la pandemia global. Aislamientos, cuidados y el vuelco de las políticas públicas y de las militancias sociales a atender, por lo menos en Argentina, la doble emergencia sanitaria y alimentaria. La defensa de la vida se constituyó en horizonte estratégico, mientras en todo el mundo crecían los conteos de víctimas del COVID. Una batalla difícil, condenada a ser vista como fracaso aún en su mejor despliegue: porque los cuidados y políticas públicas limitan la expansión de esas fuerzas mortíferas pero ellas no dejan de ejercerse. Y lo diría rápido: el trazo entre vida y muerte le pone a la escena política una observancia dramática, porque la política no evita las muertes, pero sí puede disminuir las condiciones que hacen a las vidas más precarias y más expuestas. En ese año se fueron construyendo nuevas instituciones, vinculadas a los feminismos, con el alto grado de ministerios. Cada femicidio a nosotras nos enfurece y duele, pero a la vez despierta una suerte de enjuiciamiento que circula en las redes contra las feministas: se juzga por inoperancia al reciente ministerio y no por negligencia obsecada al aparato judicial patriarcal. El gobierno que más énfasis puso en la cuestión de defender la vida es el que más expuesto queda a las consecuencias de sacar cuentas respecto de la cantidad de muertxs.
No digo que se deba suprimir de nuestras consideraciones políticas el trazo vida-muerte, sino que si no se lo pliega sobre la discusión de qué es la vida, quedamos inermes frente a su uso como legitimación o insumo de posiciones que son, ellas sí, necropolíticas. La legalización del aborto se discutió a fines de 2020, cuando ya estaban aprobándose las vacunas contra el COVID. Con la suposición de que sería rápido el flujo de dosis y que en los primeros meses de este año habría millones de personas vacunadas. La fuerza cooperativa y la inversión de los Estados para desarrollar vacunas, tuvo como segundo episodio la guerra por su acopio, el patentamiento privado, la acentuación de la desigualdad entre poblaciones de países ricos y pobres. La escasez de recursos a partir de su apropiación es condición del capitalismo pero a la vez de la agitación de los sentimientos de hostilidad: el otro es visto como enemigo en tanto puede poseer lo que yo también necesito. Y que en pandemia, es lo pequeño gigantesco que dirime la vida o la muerte: la exposición al contagio, una atención médica, un respirador, una vacuna.
Pañuelazo frente al Congreso de la Nación, Buenos Aires Argentina. Foto: Alana Rodriguez @_anonimeh (Cobertura para @colibrirevista)
La vacunación de un pequeño grupo de personas fuera de los esquemas de anotación y definición pública fue comprendida al interior de una estrategia narrativa elaborada en el marco del law fare: el problema no es la desigualdad sino la corrupción y la corrupción “mata”. No la explotación o la acumulación sin límites, de eso y sus potencias mortíferas no se habla, aun cuando hay vidas segadas por enfermedades producidas por los agrotóxicos y cuerpos expuestos a la violencia por el desplazamiento de las poblaciones. De ese modo, los problemas no son resultado de la injusticia social sino cuestiones a tratar por la vía de la justicia-aparato judicial. Todo resulta objeto de denuncia, menos la reproducción sistemática de la desigualdad. Las derechas han sido exitosas en operar ese desplazamiento y condenar como sospechosa a toda acción política tendiente a la igualdad. En esa narrativa no importa la existencia de un Ministerio de salud (fundamental para conseguir las vacunas, distribuirlas y atender a las exigencias de la pandemia), sino lo que llamaron el vacunatorio vip dentro de ese Ministerio. Lo imprescindible de la acción pública es revertido como amenaza para el derecho general. Y la vacuna puesta en alguien que salteó la fila es vacuna restada, en ese razonamiento por demás falaz, a alguien que sí murió por la alteración del orden previsto.
El 27 de febrero, las derechas movilizadas -y absolutamente escasas- hicieron una performance de violenta nitidez: pusieron en la Plaza de Mayo, frente a la casa de gobierno, bolsas cadavéricas con carteles en los que se refería a los muertos anónimos que habían tenido ese destino porque otrxs, con nombre propio, habían usado las vacunas. Una denuncia de una suplantación indecorosa, resultante de un acto inmoral. Los nombres que se leían eran los de personas o arquetipos. Entre las personas, el nombre de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo. Los nombres puestos en juego indicaban el deseo de que esa supuesta suplantación no se hubiera realizado y las bolsas alojaran a los cadáveres correctos. Con la idea de vida en mano, no hacían más que actualizar el recuerdo del terror concentracionario: ese terror que se dispuso capilarmente sobre la sociedad para cerrar el camino a las luchas por la justicia social.
Los feminismos populares vienen conjugando las peleas por esa dimensión de la justicia, que implica situar la denuncia de la violencia fuera del encorsetamiento de su resolución judicial y punitiva, para ser pensada con relación a la trama de desigualdades y explotaciones. Del mismo modo en que para las organizaciones de pelea por los derechos humanos, la cuestión no es solo juicio y castigo a los genocidas, sino la trama de ese enjuiciamiento con las peleas por la transformación social en un sentido igualitarista y emancipador. Las figuras de Hebe de Bonafini y de Nora Cortiñas, para mencionar a las más emblemáticas de las Madres, muestran esa persistente actualización de la idea de justicia y la imposibilidad de su restricción a la tramitación judicial. Las derechas más ofensivas encuentran sus blancos entre esas militancias -por derechos humanos, por los feminismos- y entre las personas más comprometidas con los linajes políticos populares. El odio es el subrayado afectivo del antagonismo social, el modo en que se templan las sensibilidades para dar un combate que se reinicia a cada momento y que resuena en aquello que muchxs creen, casi ingenuamente, que es una grieta que la buena voluntad podría soldar.
No se trata de una grieta discursiva, sino de una resquebrajadura tectónica, que surge de peleas profundas sobre cómo se concibe la sociedad y el horizonte de su transformación. Por mucho tiempo le dejamos a las derechas reaccionarias la palabra justicia e hicieron su juego en la legitimación de un oscuro poder judicial. Es hora de volver a discutir su significado y pensar en términos de justicia social. Marzo es nuestro marzo. El de las calles festivas y furiosas, el de ritualidad del reencuentro comunitario y de sensible comprensión de lo común. Este marzo que será con menos calles, podría ser también el de la insistencia en preguntarnos cómo aliar la defensa de la vida con la pelea por una vida digna de ser vivida.
Movilización por Ni Una Menos el 3 de Junio del 2018, Buenos Aires Argentina. Foto: Alana Rodriguez @_anonimeh (Cobertura para @colibrirevista)