Es lamentable que en algunos países la mujer todavía no sea considerada una persona, sino una posesión del marido.
Las implacables autoridades de Arabia Saudita prohíben a las mujeres conducir en público. Cinco de ellas decidieron desafiar esas arcaicas normas y han sido detenidas. En momentos en que los pueblos del norte de Africa están rebelándose contra sus monarquías y regímenes de facto, esta decisión de las mujeres de hacerse valer a pesar de las restricciones parece inaugurar una nueva era. Es digno de aliento el proceder de decenas de ellas, que tomaron el volante en respuesta a una campaña lanzada por diversos grupos, como Women2Drive y Women’s Right to Drive.
En Arabia Saudita, monarquía dominada por el clero sunnita de los wahabíes, ninguna ley impide conducir a las mujeres, pero las autoridades no les conceden el registro y, por esa razón, legitiman en la práctica una veda implícita. Para tomar el volante necesitan autorización por escrito de algún varón de la familia, sea el marido, el padre o el hijo, así como para trabajar, someterse a intervenciones quirúrgicas y salir del país. Es un sistema retrógrado que no respeta la dignidad de las mujeres ni la igualdad de sexos ni ve en su real dimensión a la mujer, a menudo segregada en las calles por la policía religiosa.
También en los salarios se percibe la enorme e insultante diferencia entre los varones y las mujeres: si ellos ganan un dólar, ellas reciben 12 centavos. Eso sucede en Arabia Saudita y en Palestina. En Afganistán, Jordania, el Líbano, Libia, Marruecos, Paquistán, Omán, Siria y en Yemen, la situación no es mucho mejor: ellas apenas cobran 25 centavos por cada dólar que embolsan los varones.
Esta flagrante diferencia es peor aún en las penas por delitos, mucho más duras para las mujeres. De hecho, Yemen, Afganistán, Somalia, Jordania, Sudán, Nigeria, Paquistán y Arabia Saudita se encuentran bajo la lupa de las Naciones Unidas por la falta de protección de las mujeres en sus sistemas judiciales. La mujer, según la tradición familiar, muchas veces no es una persona, sino una posesión del marido que éste utiliza a su antojo. De ser violada, por ejemplo, necesita cuatro testigos que no sean parientes ni amigos para radicar la denuncia. Es otra señal de la penosa discriminación de la que son objeto.
En Malasia ha sido célebre el caso de Kartika Dewi Sukarno, sentenciada en 2009 a recibir seis latigazos y pagar una multa de 2000 dólares por beber cerveza con unos amigos en una discoteca. En Jordania, 15 mujeres murieron el año pasado por los llamados «crímenes de honor». En Egipto, durante las protestas que terminaron con el régimen de Hosni Mubarak, hubo numerosas «pruebas de virginidad», vejaciones equivalentes a torturas, según denunciaron organizaciones no gubernamentales.
En otros campos, lentamente, esta situación está revirtiéndose con mujeres diputadas en Irak, Jordania, Egipto, Omán, Yemen y Afganistán; ministras, en Siria, Kuwait, Emiratos Arabes Unidos y Bahrein, y hasta una jefa de gobierno, en Paquistán. Falta muchísimo, sin embargo, para que puedan vivir en libertad sin un permiso de su mahram (custodio) para caminar, viajar, estudiar y trabajar. No es un problema del islam, sino de su interpretación sesgada y patriarcal en sociedades que les imponen restricciones en un mundo que, por fortuna, aboga cada vez más por la igualdad entre el hombre y la mujer.