El éxito de los procesos revolucionarios en los países árabes depende en parte del lugar de las mujeres en esas revoluciones, víctimas al menos tanto como los hombres de la represión policial, participantes activas en las movilizaciones y las huelgas. Las esperanzas despertadas por los procesos revolucionarios en curso en diferentes países árabes son inmensas. Pueblos durante largo tiempo sometidos a dictaduras policiales deciden tomar su vida en sus manos y llevan a cabo hoy luchas encarnizadas para emanciparse. Pero estos procesos no podrán triunfar, es decir que su objetivo emancipador no será alcanzado, si las mujeres, la mitad de la sociedad, permanecen bajo la opresión patriarcal. El lugar de las mujeres es, pues, un indicador de las esperanzas que se pueden tener en estos procesos.
Desde los gérmenes de las revoluciones en curso, es decir desde las diferentes olas de revuelta que se desencadenaron en Egipto en 2007-2008, en las cuencas mineras marroquí y tunecina en 2008, las mujeres han aportado su piedra a estos edificios revolucionarios.
Así, en Egipto, fueron las iniciadoras de los movimientos de huelga en las fábricas textiles en Mahalla a fines de 2007 y comienzos de 2008, que se inscribían en un contexto de movilizaciones sociales fuertes en numerosos sectores: cementeras, cría de aves, sector minero, transportes públicos, salud, y sobre todo industria textil. Las huelgas eran, por supuesto, ilegales. Pero rechazando las bajas de salarios y la supresión de las primas de fin de año, los obreros comenzaban a reunirse regularmente en la plaza central de la ciudad para protestar. La producción se detuvo totalmente cuando las 3.000 obreras abandonaron su puesto de trabajo y fueron a unirse a sus colegas hombres a los gritos de: «¿Dónde están los hombres? ¡Aquí estamos las mujeres!». Es así como arrastraron a los hombres a la huelga, las manifestaciones y las ocupaciones, hasta lograr sus objetivos.
Igualmente, en Túnez en 2008, durante la revuelta de la cuenca minera, la mujeres organizaron marchas, sentadas y concentraciones, para denunciar la represión policial.
Y desde el comienzo de los procesos revolucionarios, ha habido mujeres que han ocupado su lugar de trabajo, realizado huelgas, manifestaciones, sentadas, para defender sus derechos como trabajadoras.
En Bahrein, ha habido mujeres que han participado en la ocupación de la plaza de la Perla, en la capital del reino, para reclamar el cambio.
Y cuando el presidente yemenita ha osado denunciar el carácter mixto ilegal en las manifestaciones, algunas manifestantes le han denunciado ante los tribunales y evidentemente no han dejado de salir a la calle.
Pero a pesar de su determinación, las mujeres que se han movilizado desde hace varios meses han pagado también un gran precio por su aspiración a la libertad y a la dignidad. Así, en Egipto, el ejército se ha dedicado a exámenes de virginidad de las manifestantes detenidas. Numerosas violaciones han sido registradas , entre ellas la de una periodista sudafricana. En Tripoli, Iman al-Obeidi ha revelado haber sido violada por una quincena de militantes pro Gadafi. En Yemen, una mujer ha sido detenida durante 48 horas por haberse atrevido a conducir sola por la noche. Y en todos los países de la región, la manifestación ha primado con agresiones a las manifestantes y ataques a su dignidad. En enero de 2011 en Túnez, numerosas mujeres han sido violadas -particularmente en Kassrine- por policías y milicianos del RCD. En marzo 2011, las blogueras tunecinas denunciaban el desencadenamiento de violencia contra manifestantes pacíficas en los términos siguientes: «Se quería paridad para las elecciones. Finalmente, solo la hemos obtenido en la violencia policial hacia nosotras».
Las organizaciones feministas se han implicado rápidamente en todas estas cuestiones, investigando las violaciones y los actos violentos de todo tipo contra las mujeres. Y son las únicas que pueden asegurar esas investigaciones. En Túnez, ninguna investigación oficial ha sido abierta sobre las violaciones denunciadas por las poblaciones de numerosas ciudades. La Asociación Tunecina de Mujeres Demócratas (ATFM) se encuentra sola recorriendo el país desde hace varios meses para recoger los testimonios de las mujeres víctimas de violencia y de sus allegados para acompañarles en sus procedimientos jurídicos.
Pero las organizaciones feministas deben combatir hoy también en otros terrenos: en Túnez, donde el estatuto de las mujeres es el más avanzado de todos los países árabes, hay que luchar para preservar los derechos garantizados por el código del estatuto personal. Ciertos partidos de izquierda muestran su apego a este código y han logrado, con las asociaciones feministas y de derechos humanos, hacer votar por la alta instancia un artículo de la ley electoral que impone la paridad en las listas electorales. Pero las enormes carencias en ese mismo código también son denunciadas.
Pues si las mujeres tunecinas han obtenido desde 1956 la prohibición de la poligamia, el derecho al divorcio, el derecho a votar, y en 1961, el derecho al aborto, mucho antes que varios países europeos, la separación entre la religión y la política sigue sin ser conquistada, la desigualdad en la herencia persiste, la transmisión de la nacionalidad sigue sometida al acuerdo del padre, y el no pago de la contracepción y de los actos de IVE dejan estos derechos reservados en la práctica a las clases privilegiadas. Por no hablar de las discriminaciones en la contratación, la desigualdad de los salarios, ni del acoso creciente que sufren en las esferas pública y privada.
Manifestaciones y campañas por los derechos de las mujeres, por la igualdad mujeres-hombres, contra toda puesta en cuestión de los derechos de las mujeres tunecinas son así regularmente organizadas pero no movilizan más allá de los medios militantes clásicos. Pues si la autoorganización es débil en el movimiento obrero, es casi inexistente en el movimiento feminista.
En otros países árabes, el combate por la emancipación parte de mucho más lejos. Así en Argelia, las mujeres son legalmente menores de por vida, pasando de la autoridad del padre a la del marido. Y las violencias que sufren no encuentran reacción real por parte de las autoridades. Las violaciones colectivas y los actos de tortura han sido sufridos hace diez años por las mujeres de la ciudad de Hassi Messaoud, a las que el imán de la ciudad había llamado, por la única razón de que esas mujeres eran independientes, vivían de su trabajo asalariado y no tenían necesidad de hombres que las mantuvieran. Estos actos han sido ignorados por el gobierno y las víctimas siguen sin obtener reparaciones. La mayor parte de los culpables siguen en libertad y el imán en cuestión ha tenido incluso una promoción.
En Egipto, es la cuestión de la escisión la que parece más urgente, puesto que la casi totalidad de las niñas sufren esta mutilación genital, a pesar de la existencia de una ley que la prohíbe. Sobre el acoso sexual, una encuesta realizada en 2008 revela que el 83% de las egipcias y el 98% de las mujeres extranjeras son víctimas de ella. El 63% de los hombres reconocen ser culpables. Y en varios países, como Yemen, las niñas pueden ser casadas desde la edad de 9 años, a pesar de la existencia de una ley que fija la edad mínima de matrimonio a los 17 años.
La atmósfera revolucionaria favorece habitualmente la irrupción de las mujeres en el terreno político, porque tienen mucho que ganar en una puesta en cuestión de la relaciones de dominación existentes, pero también por una razón muy pragmática: las clases explotadas sienten la necesidad de unir todas las fuerzas disponibles para cambiar de arriba a abajo la sociedad. Desgraciadamente, esta situación conoce a menudo un final bastante brutal en cuanto las relaciones sociales se estabilizan de nuevo. Entonces, las mujeres están a menudo entre las primeras que sufren los efectos de la contrarrevolución.
El ejemplo de la contrarrevolución estalinista en Rusia es edificante en este aspecto. Por el momento, en los países árabes en lucha, las relaciones de dominación siguen siendo globalmente las mismas. Además, cualesquiera que sean las leyes, en las instituciones y las esferas de decisión, las mujeres están extremadamente poco presentes, incluso ausentes. Por ejemplo, solo tres mujeres participan en el gobierno provisional tunecino, con ministerios que les mantienen en su papel tradicional: ministerio de la Familia, de la Salud y una secretaría de estado.
En Egipto, las mujeres han sido totalmente excluidas de la comisión de modificación de la constitución, comisión presidida por un miembro de los Hermanos Musulmanes. Pero incluso en la dirección del movimiento obrero (sindicatos, partidos políticos, etc.), las mujeres están muy poco presentes.
Además, no se ve aún emerger en la base un movimiento autónomo alrededor de estas cuestiones específicas. La emancipación de las mujeres no es una consigna visible entre las reivindicaciones de los revolucionarios. Y allí donde las mujeres se movilizan, el discurso es el mismo: «tenemos las mismas reivindicaciones que los hombres». Lo que es legítimo en un momento en que todos y todas luchan contra las dictaduras o sus restos. Esto deja finalmente poco espacio para la emergencia de un movimiento autónomo de mujeres sobre reivindicaciones específicas. Y los movimientos feministas no están aún enraizados en las capas populares. Es una élite intelectual, a menudo pequeñoburguesa, la que se organiza y lucha contra la opresión específica de las mujeres. Si esta diferenciación de clase no tiene nada específico de la región árabe, el desafío para estas organizaciones es unirse a las clases populares y participar con ellas en la construcción de este movimiento autónomo.
El futuro de cada uno de los procesos revolucionarios en los países árabes dependerá sin duda en parte del lugar que tomen esos movimientos de mujeres. En los países en que éstas no trabajan o poco en la esfera mercantil y permanecen confinadas en la esfera familiar, la lucha por la emancipación será mucho más complicada, pues los poderes que emerjan de los procesos revolucionarios en curso podrían rápidamente devolverlas a su papel habitual, el de mujeres en el hogar. En cambio, en los países en que las mujeres, por su trabajo asalariado, tienen una cierta independencia y no participan solo en las luchas como madres o esposas, sino también como trabajadoras, su lugar en el movimiento obrero y por tanto en el proceso revolucionario es más importante. Y a pesar de las tentativas de recuperación por parte de organizaciones reaccionarias, no se dejarán tan fácilmente confiscar su revolución. Es pues en esos países, con la condición de que se enraíce en las capas populares un verdadero movimiento autónomo de las mujeres que plantee los problemas de las relaciones de dominación patriarcal y de reivindicaciones propias, donde el combate por la emancipación podrá avanzar en los próximos meses.