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La nueva mujer alfa

Después de que sus profesores de escritura la obviasen, las editoriales británicas se pelearon por el primer libro de Zadie Smith.

Adiós al modelo Thatcher. El poder en clave femenina se traduce en diálogo y trabajo en equipo, tanto en la oficina como en casa.
Tras perder las elecciones a la presidencia del Partido Socialdemócrata de Islandia, Jóhanna Sigurðardóttir no se desanimó: «Mi tiempo llegará». Quince años más tarde enderezó un país en bancarrota, nacionalizando bancos y denunciando a sus responsables. En plena crisis, la primera ministra islandesa afirmó que aún nos movíamos «en torno a la exaltación de las nociones más estereotipadas de la masculinidad», y que debía combatirse feminizando el poder. Más cercana en edad a la Dama de Hierro que a quienes proclamaban en Sol que «la revolución será feminista o no será» –una pancarta descolgada por los manifestantes–, Sigurðardóttir se ha liberado de los tópicos que rodean a las mujeres con poder, apostando por la cercanía y la humanidad, y defendiendo los logros con los que el Foro Económico Mundial confirma a su país como el más igualitario.

Sigurðardóttir encarna el ejemplo de que, como asegura la socióloga Kristen Springer, «nos enfrentamos a un nuevo momento de la sociedad, en el que las mujeres están haciéndolo mejor que los hombres». Si Springer habla en presente, ¿qué ocurría hasta ahora? La voz cantante la llevaba una mujer Alfa, de dura presencia física y con una inflexibilidad adoptada de los roles masculinos, tanto en el ámbito laboral como en el personal. Su máxima exponente, Margaret Thatcher fue implacable en sus decisiones de carácter tradicional y católico. Aunque hay que situarla en su época: fue primera ministra del Reino Unido, líder del Partido Conservador y la primera fémina en haber desempeñado ambos cargos. Era una mujer en un mundo de hombres.

«Muchas pioneras carecían de modelos femeninos en los que mirarse, y los que había no valían. El único patrón validado era el masculino, lo que daba prestigio era ser como un hombre… Valores femeninos como la debilidad o la emocionalidad han carecido de prestigio, había que ocultarlos por el miedo a ser tildada de débil y ser expulsada por ello», comenta Anna Freixas, catedrática de Psicología Evolutiva en la Universidad de Córdoba. El tiempo ha ido poniendo las cosas en su sitio y la llegada de cada vez más mujeres –pero aún no las suficientes– a los puestos directivos ha situado a cada género en su lugar. «Sin mujeres directivas ya es imposible ser competitivo», asegura Ursula Burns, presidenta y consejera delegada de Xerox. A lo que Freixa añade: «Nuestra tarea civilizadora no se produjo a golpe de “ordeno y mando”, sino que los vínculos son “nuestra especialidad” y, como en ese terreno nos movemos bien, sabemos que esas cualidades pueden ser útiles en el mundo público». Las estructuras jerárquicas se combaten con diálogo, y responden al individualismo y a la imposición trabajando en equipo. La historiadora Noemí de Haro lo corrobora: «En los grupos de investigación liderados por mujeres está comprobado que se reconoce la voz de todos los trabajadores, incluso la de los becarios. Y, además, se reconoce que sus proyectos son más innovadores y flexibles».

En el hogar, igualdad. «Muchos varones han modificado sus pensamientos y han reconocido el valor del hacer femenino en la consecución de metas de incuestionable valor político, social, económico y educativo. Además han aprendido a expresar sus emociones, lo que ha supuesto para ellos una liberación personal. Todo ello ha permitido que las mujeres pudieran desarrollar sus cualidades femeninas. De hecho, para las más jóvenes es inconcebible no expresar su feminidad en todos los ámbitos», según Freixa.

La escritora irlandesa Marian Keyes contaba en su libro Bajo el edredón, con enorme ironía, cómo su triunfo en la chick lit la transformó en cabeza de familia y relegó a su marido al puesto de amo de casa. De hecho, muchas de las nuevas mujeres Alfa viven a diario en esa situación; ellas son las que las que ingresan un sueldo mayor en la unidad familiar o son, directamente, las que llevan el dinero a casa. En España, concretamente, se calcula que casi el 10% de trabajadoras menores de 50 años cobra más que sus parejas o cónyuges, según datos de la última Encuesta de Fecundidad, Familia y Valores (CIS) y la tendencia va en aumento. «El dinero sigue siendo sinónimo de poder, aún no hemos acabado del todo con los estereotipos y los roles; pero aunque ellos puedan sentirse al principio algo avergonzados, desconcertados o en posición de inferioridad, yo creo que han aprendido, gracias a nosotras, a ver el hogar como un todo, donde todo se comparte», afirma Carmen Gandía, directiva en una multinacional. «Si nos comportamos como si fuera la norma», reflexionaba recientemente Marian Keyes, «quizá se convierta en la norma».

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