“Las feministas tenemos que integrar de manera más fuerte la dimensión económica a nuestras agendas”, exhortó la costarricense Lydia Alpízar Durán, directora ejecutiva de la Asociación para los Derechos de la Mujer y el Desarrollo (AWID), organizadora del mayor foro global feminista de los últimos años, que tuvo lugar en la histórica ciudad turca, con un pie en Europa y otro en Asia.En diálogo con el diario Página/12, Alpízar analizó los objetivos de la cumbre y sus resultados, al cierre de cuatro días de intensos debates, que culminaron con una colorida marcha por las calles céntricas de Estambul, con distintas demandas, con carteles, cánticos y sobre todo, mucha alegría: contra el trabajo esclavo, contra la esterilización forzada, por la equidad de género y particularmente las mujeres turcas y kurdas con reclamos de igualdad y de libertad a las numerosas activistas presas. “Tenemos que lograr que los modelos económicos no se sigan sosteniendo en el trabajo no remunerado de las mujeres y de otras personas que son ampliamente discriminadas”, consideró.
–¿Por qué AWID eligió para este foro poner el foco en la economía, un tema que no suele ser central en las agendas feministas y del movimiento de mujeres?
Hay una coyuntura global importante, a partir de que se desatan las crisis financieras en el 2008 y todo lo que ha sucedido después, en donde claramente hay una oportunidad importante para plantear alternativas y diferentes formas de mirar la economía y, en particular, replantear el modelo neoliberal dominante. Sentimos que el movimiento feminista y por los derechos de las mujeres no ha puesto la cuestión de la economía y del desarrollo de manera tan central en la agenda de temas principales. Pensamos que, de alguna manera, no hacerlo deja todos los temas de la agenda feminista a la mitad. La apuesta del foro fue poner el tema en la agenda, motivar y generar un proceso que asegure que las feministas y las organizaciones de mujeres empezamos a integrar de manera más fuerte la dimensión económica a nuestras agendas.
–¿Por qué cree que el tema económico ha quedado relegado en las agendas feministas?
Cuando digo relegado me refiero a que la mayoría no lo trabaja. Si bien es cierto que hay grupos que trabajan a nivel de comunidades temas de desarrollo comunitario y también las economistas feministas han hecho todo un aporte muy importante a la propia comprensión de la economía, creo que nos pasa con la economía algo que nos pasó con el derecho, y es que creímos, y nos decían, que era algo complicadísimo, que solamente los abogados –y digo abogados y no abogadas– podían entender la ley. Pienso que el proceso que hicimos en el movimiento, particularmente en los 90, cuando se construye toda la idea de los derechos de las mujeres como derechos humanos, lo que hacemos las mujeres de manera muy activa es apropiarnos de la ley y en ese sentido desmitificar la inaccesibilidad del derecho. Con la economía nos pasa igual: siempre nos han dicho que es algo complicadísimo, difícil de entender, y también que es un ámbito masculino –aunque haya mujeres–. Siento que hay un poco de cómo la construcción de género afecta la forma en que nos sentimos más o menos capaces para entrarle al tema. Necesitamos construir conocimiento que ayude a comprender mejor cuál es la dimensión económica de la problemática de la violencia de género, cuáles son los vínculos de las cuestiones de acceso al aborto cuando se logra la descriminalización y cómo hacemos para asegurar que se financien los servicios para que realmente las mujeres puedan abortar y no se quede sólo en una reforma legal que despenalice la práctica, y otros temas. Se ha relegado, además, porque las mujeres trabajamos en temas muy complejos y abrumantes. Sólo si miras la agenda de la violencia, creciente y continuada, en zonas de conflicto o no, en el norte, en el sur, en el este, en el oeste, es una agenda enorme. Igual siento que ahora se nos dio el momento histórico para que ojalá le entremos más de lleno y desmitifiquemos la economía y las finanzas como algo que también las mujeres tenemos que dominar, para que los modelos económicos que se implementen no se sigan sosteniendo en el trabajo no remunerado de las mujeres y de otras personas que son ampliamente discriminadas.
–¿Cuáles son los ejes que hay que visibilizar en el vínculo de las mujeres y la economía?
Es vital que entendamos que el avance de los derechos de las mujeres en el marco de la economía no puede estar desvinculado de reivindicaciones más amplias del cambio del modelo mismo. Ahora un aspecto muy importante es el trabajo por la regulación del sistema financiero, que es en este momento una de las principales causas que están generando mayores distorsiones y desigualdad y que ha reforzado el poder del sector corporativo financiero pero también de las trasnacionales y otros sectores. Una tarea a la que nos tenemos que sumar de una forma fuerte es a la temática de sustentabilidad ambiental. Un aporte que las feministas podríamos hacer a este debate es construir visiones distintas de cómo se pueden construir modelos económicos diversos, que estén fundamentados en la cuestión de la sostenibilidad ambiental –porque es una cuestión de sobrevivencia y ética planetaria– pero también de justicia social, equidad de género, derechos humanos y paz.
–¿Cuál fue el aporte de Latinoamérica al foro?
Si hay una región en el mundo donde se están observando alternativas al modelo de desarrollo dominante es Latinoamérica, ya no digo que sean alternativas, porque, por ejemplo, el paradigma del “buen vivir” será una alternativa para toda la gente que no viva en Bolivia. Pero en Bolivia y Ecuador es un modelo constitucional, lo están implementando.
–¿Cuáles cree que son los retos del movimiento de mujeres?
Siento que dejamos de pensarnos como un movimiento global, y se ha fragmentado y debilitado. Los retos son muy grandes. En muchos casos la agenda se ha ampliado pero los recursos no, la capacidad de las organizaciones sigue siendo limitada y, por otro lado, la violencia contra las activistas y la violencia en general que aumenta en los distintos contextos genera situaciones que son muy desafiantes para que las mujeres puedan pensar en una articulación más global. En Latinoamérica –y estos son datos de la relatora especial de defensores y defensoras de Derechos Humanos de la ONU–, México y Centroamérica tienen el mayor número de asesinatos de mujeres activistas del mundo, y la violencia más extrema. En términos de gente en prisión, Medio Oriente se lleva las palmas. Mismo en Turquía, la cantidad de activistas y periodistas en prisión es altísima. La forma de represión ha crecido y son distintas: amenazas, pueden intervenir tu teléfono, pueden entrar a tu organización, confiscarte tus cosas, amenazarte con secuestrar a alguien de tu familia o intentar matarte, todas esas cosas están pasando en México y en Centroamérica, y en Colombia también.
–¿A qué responde este incremento de la violencia hacia las activistas?
Es multifactorial. Y tiene que ver con los distintos contextos. Hay un aumento de la militarización, un crecimiento fuerte del crimen organizado y de la corrupción, una redefinición del papel del Estado, una desigualdad creciente que genera situaciones de tensión social muy graves, la migración, la trata de persona, de arma, de órganos. Y creo que hay en general un avance del conservadurismo y en algunos casos del fundamentalismo religiosos con gobiernos de derecha que han decidido que la forma de lidiar con los problemas sociales es reprimir el disenso social, pues hemos visto un aumento de la represión a los movimientos sociales. La combinación de todos esos factores, además de que los grupos tienen pocos recursos, genera una situación de vulnerabilidad a la violencia muy alta.