Una vez que llegan a la cima, las mujeres ganan rápidamente visibilidad. Y aunque las CEO, en rigor de verdad, no son tantas (representan entre el 1 y el 2% en el mundo), sí hay que reconocer que es mucha la presencia femenina en puestos importantes o de gerencia intermedia. Como cuento en mi libro, fueron las jefas las que lideraron la debacle económica de 2001: ellas tuvieron respuestas frente a la crisis, aportaron ese diferencial que dan las mujeres a partir de su capacidad de adaptación, les pusieron el cuerpo a las situaciones que debimos afrontar.
Lo interesante, en este sentido, son los dos tipos de liderazgo que empezaron a desprenderse a partir de esa circunstancia. Por un lado, continúan vigentes las jefas más rígidas, aquellas que llegan al poder y lo ejercen como hombres. Son las que se aferran a los mecanismos de control típicamente masculinos: no discuten, imponen; no comparten información, ocultan; no generan un clima de confianza porque son competitivas.
Las que, por el contrario, despliegan la potencia de lo femenino son aquellas líderes que abren el terreno a las voces diferentes, las que inspiran al resto de una manera horizontal, las que improvisan sin miedo y alimentan tanto el crecimiento propio como el ajeno. Es aquí donde, en mi opinión, reside lo más interesante del fenómeno: se trata de una política de gestos, de un nuevo paradigma que está empezando a construirse.
Estamos en la transición hacia ese tipo de liderazgo que despliega la potencia de lo femenino, más allá de que quien lo ejerza sea un hombre o una mujer.
La mayoría de las mujeres que yo entrevisté en 2009 para mi libro Las Jefas aún lideraban con energía masculina y en consecuencia no les cambiaron la vida a los demás: se la cambiaron a sí mismas. Mi esperanza es que las nuevas líderes terminen de dar el paso, le abran la puerta al resto y fomenten políticas inclusivas.
Estamos pasando de un mundo de cazadores a otro de ecologistas; un mundo en el que las mujeres fueron sembrando en la sociedad los valores de su propia cultura, amasados primero en la vida privada y trasladados, luego, a la esfera pública. Obama, por citar un ejemplo, ejerce un liderazgo mucho más inspiracional y, en ese sentido, más «femenino» que su antecesor, George Bush.
Es ese cambio de clima de época. precisamente, el que le hace vaticinar al sociólogo Alain Touraine que los próximos 500 años serán de ellas.