Su instructor fue el célebre piloto francés, Marcel Paillete. Estaba en buenas manos. Hasta que el estallido de la Primera Guerra Mundial alejó de Buenos Aires al instructor, ya que partió a sumarse a las filas de la incipiente Fuerza Aérea francesa. A cargo de las clases quedó su alumno más aventajado: el uruguayo Ricardo Detomasi, 23 años, oriundo de Mercedes.
Lo curioso es que Detomasi había rendido su examen en mayo y al mes se convertía en instructor de vuelo. Con toda la buena voluntad del mundo, pero sin la experiencia necesaria.
Ese detalle no preocupó a Amalia. Ella quería volar. Mientras recibía las lecciones, se hizo construir un avión a su medida. Sumaba horas de vuelo en ambos aeródromos, hasta que Detomasi, la instó a rendir su examen. Fue el 6 de septiembre. Pero tuvo un leve accidente por una falla mecánica. A pesar del contraste, decidió insistir.
En la mañana del 1 de octubre de 1914, en San Fernando, subió al biplano Farman de 50 caballos de fuerza para ubicarlo en la pista, ante la atenta mirada de los dos examinadores del Aero Club Argentino: el ingeniero alemán Carlos Irmscher y el chileno Carlos Francisco Borcosque. Irmscher, vocal del club, había ocupado el lugar de Alfredo L. Palacios, quien cedió su cargo, alegando falta de tiempo para ocuparse.
El avión se elevó y comenzó la evaluación. La primera prueba consistía en hacer «ochos» alrededor de dos pilotes separados por quinientos metros de distancia. Fueron en total diez «ochos» que dibujó en el aire. Los primeros cinco que realizó le demandaron 8 minutos y 32 segundos. Los cinco restantes, 8 minutos y 21 segundos. Una vez resuelto el vuelo de los ochos, debía elevarse y apagar el motor para bajar planeando. La maniobra de Amalia no fue perfecta, pero se aproximó mucho a la altura que se había determinado para mantenerlo en planeo.
Los examinadores la felicitaron. Ese jueves, Amalia Celia Figueredo se convirtió en la primera argentina que obtuvo el brevet de piloto Nro. 58. Los diarios nacionales se ocuparon del tema y la noticia despertó mucha curiosidad. Recordemos que para esa fecha, las mujeres ya tramitaban su licencia de conducir, pero era extraño ver a alguna de ellas manejando por la calle. Pero Amalia no tenía su licencia de adorno. Por ese motivo, el Jockey Club cedió las instalaciones del Hipódromo de Belgrano (ocupaba los terrenos del actual barrio River y el estadio del club homónimo) con el fin de permitir que la señorita Figueredo realizara algunas destrezas para el público.
La cita fue el segundo domingo de octubre. El joven Detomasi fue el encargado de llevar el biplano desde San Fernando a Belgrano. Lo aterrizó en la pista, donde lo dejó a disposición de la aviadores rosarina. A las tres de la tarde, ante una numerosa concurrencia que acercó al hipódromo, Amalia despegó mientras recibía una ovación. El más entusiasmado era el instructor Detomasi. Este buen piloto no estuvo muchos más tiempo: en noviembre, enfrentado con las autoridades del aeródromo de San Fernando, renunció. Al poco tiempo, regresó a Mercedes. Murió en un accidente aéreo, en junio de 1915.
En cuanto a su discípula, en marzo de 1915 decidió salir a volar por el país. Su primer destino fue Rosario, su ciudad natal. Su carrera como aviadora llegó a su fin cuando se casó en 1916 con Alejandro Pietra. Enviudó en 1928, pero no volvió a volar: se dedicó a la crianza de sus hijos. Sí obtuvo premios y distinciones en todo el mundo hasta sus últimos días, en octubre de 1985.
Amalia Figueredo fue la primera aviadora argentina. ¿La segunda? Enriqueta Fruchard.