El efecto de los tipos de hogares sobre las probabilidades que un hogar sea pobre y particularmente sobre la participación laboral de las mujeres pobres.Este tema nos lleva directo a las políticas educacionales, de educación sexual, de salud reproductiva y de derechos reproductivos de las mujeres. En Chile entre 1990 y 2006 hemos observado una disminución en la pobreza. Sin embargo, en los últimos cinco años ésta se ha estancado en torno al 15%.
Históricamente ha existido una mayor proporción de mujeres pobres que de hombres pobres, aun después de ajustar los datos al hecho de que en Chile hay ligeramente más mujeres que hombres. Sin embargo, esta tendencia se dispara en el año 2006, se mantiene durante el período de la Presidenta Bachelet y alcanza niveles record en los últimos dos años.
Según la Casen 2011 entre las personas pobres 1.074.455 eran hombres y 1.372.899 mujeres, casi 28% de mayor pobreza entre las mujeres.
¿Por qué está pasando esto en Chile? Una posible explicación es la escolaridad, pero encontramos que entre los pobres las mujeres y los hombres tienen niveles de escolaridad muy parecidos (9,7 y 9,5 años respectivamente).
Otra posible respuesta es comparar los hogares. En los hogares pobres más de la mitad tiene jefa de hogar y de éstas, tres de cada cuatro no tienen pareja en el hogar. Al contrario, cinco de cada seis hogares pobres con jefatura masculina, comparte con una pareja el hogar.
En cuanto a la vinculación al mercado laboral, solo la mitad de las mujeres pobres que son jefas de hogar participa de la fuerza de trabajo como ocupada o desocupada pero buscando empleo, mientras que entre los hombres pobres esta cifra aumenta a cuatro de cada cinco jefes de hogar pobres. Al comparar con jefes de hogares fuera de la pobreza, la tasa de participación laboral aumenta considerablemente, en hombres nueve de cada diez participan, mientras que en mujeres a seis de cada diez.
Cuando miramos los miembros de los hogares pobres con edad entre 15 y 65 años, cuatro de cada cinco mujeres pobres no participa en el mercado laboral en comparación con dos de cada cinco hombres pobres. Entre las personas fuera de la pobreza, la mitad de las mujeres participa en el mercado laboral, al igual que cuatro de cada cinco hombres.
Existen 580 mil mujeres pobres que no participan del mercado laboral, pero cuando se les pregunta si han trabajado alguna vez, la mitad responde que sí. Además, cuando se consulta si estarían disponibles para trabajar si les ofrecieran un trabajo, casi 40% estarían dispuestas a hacerlo. Es decir, existe un potencial importante de mujeres que podría incorporarse al mercado laboral, ¿por qué no lo hacen? Existen múltiples razones pero entre estas mujeres que potencialmente podría participar en el mercado laboral, aproximadamente 51 mil señalan que no buscan trabajo porque no tienen con quien dejar a sus hijos y 71 mil por los quehaceres del hogar.
En cuanto a la cobertura de los subsidios monetarios, sólo dos de cada tres hogares pobres con jefa de hogar recibe algún subsidio. Cuando se observa la importancia de los subsidios monetarios sobre los ingresos del hogar, en los hogares pobres estos corresponden al 22% del ingreso total de los hogares con jefatura mujer y a un 15% de aquellos con jefatura hombre. Es decir, las mujeres son más dependientes de las transferencias públicas.
Situaciones como las descritas indican que las políticas de superación de la pobreza tienen necesariamente que incluir una mirada especial de género. Aumentar la participación laboral de las mujeres pobres debe ser un objetivo central, pero eso requiere políticas y programas que apoyen a las mujeres pobres en el cuidado de los niños y que les alivien las tareas domésticas. Hay además un tema muy sensible y extremadamente complejo que Chile debe comenzar a mirar: el efecto de los tipos de hogares sobre las probabilidades que un hogar sea pobre y particularmente sobre la participación laboral de las mujeres pobres. Este tema nos lleva directo a las políticas educacionales, de educación sexual, de salud reproductiva y de derechos reproductivos de las mujeres. Pero también nos debe obligar a mirar el papel que están jugando los hombres en el cuidado de las niñas y los niños y en las tareas domésticas, lo que de nuevo nos remite a las políticas de educación y culturales en un sentido amplio.
En síntesis, el estancamiento de los niveles de pobreza en los últimos cinco años, obliga a repensar la pobreza y mirar en detalle la focalización de los subsidios y con qué programas de protección social es necesario complementar. Así más que aumentar en la periodicidad de la medición de ésta, conviene avanzar hacia una mayor comprensión de la dinámica de los hogares pobres para diseñar y asignar subsidios de acuerdo a dinámicas de pobreza crónica y transitoria. Además, explorar nuevas alternativas de programas de protección social que aporten a construir capacidades para una mayor autonomía y participación económica, puede ayudar a generar procesos de superación de la pobreza más sostenibles.