La migración en América Latina tiene hoy un rostro femenino: en los últimos años al menos dos millones de mujeres de esta región salieron de sus países de origen, las tres cuartas partes a Estados Unidos, cerca de 400.000 hacia otras naciones del área. Sólo desde México, entre 2006 y 2011, cerca de 150.000 mujeres marcharon cada año a los Estados Unidos. El cuidado de la infancia, de personas mayores y discapacitadas está en manos de peruanas, colombianas, bolivianas y ecutorianas tanto en España como en Chile o Venezuela, también países receptores.
Hoy se presume que al menos cinco millones de mexicanas se han asentado en Estados Unidos, y ahí -si no se quedan- dejan a sus hijos.
La inmensa mayoría de las migrantes busca progreso, sobrevivencia y, por lo general, se emplea en condiciones precarias, en trabajos de cuidado de la vida y doméstico, labores de poca paga en hoteles, restaurantes, hospitales y empresas maquiladoras.
Además, las mujeres que se movilizan encuentran un muro y un entramado legislativo que les impide el libre tránsito y, en el trayecto, sus derechos humanos son violados sistemáticamente, principalmente el que debía garantizarles la integridad sexual. Miles de ellas dejan de comunicarse con sus familias y están técnicamente desaparecidas.
Este panorama es el que un grupo de académicas y activistas analizaron en ponencias, testimonios y estudios durante el Seminario Internacional: Mujeres, Migración y Seguridad Ciudadana, realizado en la ciudad de México los días 26 y 27 de agosto, organizado por la Red Género y Economía (REDG), la agrupación Enlace: Comunicación y capacitación, la Vicepresidencia de Equidad y Género de la Unión Nacional de Trabajadoras y Trabajadores (UNT) y la Confederación Sindical Internacional (CSI).
El contexto es lastimero, dijo durante la presentación de los trabajos Martha Heredia, vicepresidenta de la UNT, porque es claro que el deterioro económico hace que se profundice la vulnerabilidad de las mujeres trabajadoras en general y las migrantes en particular, que viven violencia, maltrato y, lo más grave, trata y feminicidio.
Leonor Aída Concha, de la REDG, se pronunció porque los grupos de mujeres y de la sociedad civil, en colaboración con los refugios de mujeres en Canadá y Estados Unidos, logren plantear estrategias de salida, apoyo y reconocimiento a las que, al salir de sus fronteras, contribuyen a la economía de sus familiares y arriesgan su vida.
Pero, advirtió, también ellas forman parte hoy día de la conciencia libertaria de las mujeres de todo el continente.
Las especialistas hicieron notar que, en cifras, todo es una proyección. Lo que es posible constatar, incluso en estudios del Banco Mundial y la Organización de Estados Americanos, es que el desempleo, el miedo ante la criminalidad y la falta de oportunidades en sus países de origen han provocado en las últimas décadas que las mujeres salgan, busquen una nueva vida, se desarraiguen y se arriesguen a atravesar ríos, canales, fronteras inseguras y situaciones peligrosas.
Los testimonios hablan de abusos de autoridades migratorias mexicanas para el caso de las mujeres que se mueven de Centroamérica a Estados Unidos y se observa un flujo de bolivianas, ecuatorianas, peruanas y colombianas hacia Chile, Argentina y Venezuela, creando una cadena del cuidado que los Estados no son capaces de enfrentar.
Son ellas, dijo la uruguaya Natalia Paola Rossi, quienes ya inauguraron lo que se llama familias trasnacionales, y con su trabajo están reproduciendo las economías globales.
Rossi señaló que se ha formado una cadena vulnerable y precaria de mujeres que han creado una diáspora de cuidado y transferencia del cuidado de los países económicamente más fuertes a los brazos de las pobres.
El 40 por ciento de las migrantes latinoamericanas, afirmó, dejan a sus hijos en el país de origen y existe una refuncionalización del trabajo de cuidado de las abuelas, lo que no es transparente a la hora que en México, Perú o Bolivia se hacen cuentas nacionales de productividad, pues no las reconocen.
Mirna Lucrecia López, de Guatemala, explicó que en Centroamérica y Dominicana ni siquiera son visibles las migrantes, que aportan millones a la economía; sólo se sabe de ellas por las deportaciones, cada vez más crecientes.
De todas las migrantes guatemaltecas, según apuntó, 57 por ciento pertenecen a áreas rurales y los testimonios hablan de xenofobia y discriminación, incluso de las que van a trabajar a Costa Rica, país receptor de salvadoreñas y nicaragüenses. Existe un sentimiento de rechazo, aun en la pequeña región centroamericana, contra las pobres que buscan sobrevivir.
Los costos
En el seminario se analizó el problema de los costos emocionales de las migrantes, así como el de la pérdida de la integridad por el negocio de la trata y la multitud de enganchadores.
De la trata habló Teresa Ulloa, una abogada que ha logrado rescatar a cientos de niñas y mujeres que son llevadas con engaños -dijo- al negocio de la prostitución, el espectáculo, y los clubes de los ricos y de los hombres de poder.
Pero existen otros costos económicos. Las mujeres tienen que reunir entre 300 y 8.000 dólares, que pagan a los «polleros» y «enganchadores» para llegar a Estados Unidos y evadir el maltrato en su tránsito por México. Y con frecuencia son abusadas por ellos mismos.
Las nicaragüenses tienen que pagar entre 5.000 y 7.000 dólares; las salvadoreñas y hondureñas 3.000 dólares, las guatemaltecas hasta 8.500 dólares, con tal de salir al norte y muchas veces las deportan. Ya hoy muchas no pagan, han aprendido a ir solas, ya conocen el camino, pero en ese trayecto son vejadas, perseguidas y muchas desaparecen.
Gretehen Kuhner creó el Instituto de Mujeres en Migración (IMUMI), desde donde trabajan en dar herramientas a las migrantes acerca del cuidado y los peligros de la migración, al tiempo que las capacitan sobre sus derechos. Kuhner sostuvo ante el auditorio del Seminario que le preocupa la desaparición no explicada de casas de Migrantes en México, en general creadas por la ciudadanía o la iglesia católica.
Explicó que hasta hace muy poco no eran reconocidas las mujeres que participan en los flujos migratorios y que un paso para enfrentar el problema es el conocimiento que se tiene de ellas. Hizo notar que se las puede ayudar si se analizan las leyes y la geografía, tanto de los países de origen -las cuales han crecido y se ha diversificado-, como de las naciones de destino.
Además de las cifras y las características de empleo de las mujeres que se movilizan en busca de la sobrevivencia, en el Seminario se analizó el perfil de las migrantes desde una visión feminista.
Ellas, además de todo el esfuerzo material, económico y de vida por salir adelante, pese a los peligros y riesgos, viven la culpa como mujeres por dejar a sus familias y a sus hijos. Se sienten vulnerables cuando rompen con una familia y crean otra; cuando no envían todos sus recursos a sus familiares, cuando sienten que pueden ser libres o útiles. La culpa la viven, incluso, cuando se prostituyen para sobrevivir o son atrapadas en labores ilegales.
Rita Acosta, de Canadá, hizo una descripción de los problemas de la migración en ese país, donde la violencia sexual pone a las mujeres en un callejón sin salida -porque un grave problema allí es la xenofobia y la discriminación- y las coloca en otro plano: la lucha por la resistencia, de la cual ningún gobierno toma nota y sólo aplaude el crecimiento de las remesas que, en el caso de México, son el tercer recurso de la economía nacional.