Para aligerar la sobrecarga de trabajo no remunerado que realizan las mexicanas en sus hogares, se requieren políticas públicas que permitan a mujeres y hombres conciliar el empleo y la familia, la apertura de espacios de cuidado de personas con enfermedades crónicas, adultas mayores o con discapacidad, así como la extensión de los horarios escolares. En entrevista, Emilia Reyes, integrante de la organización Equidad de Género, Ciudadanía, Trabajo y Familia, señaló a Cimacnoticias que instrumentos como la cuenta satélite del trabajo no remunerado de los hogares de México 2003-2009, que recién presentó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), son el punto de partida para el diseño de una política pública que pueda mejorar la calidad de vida de las mujeres.
La publicación de la cuenta satélite visibiliza la brecha que existe entre la participación del trabajo no remunerado de mujeres y hombres, ya que las mexicanas destinan 80.9 por ciento de las horas totales que en el país se dedican al trabajo no remunerado en los hogares.
El tiempo invertido en esa labor priva a las mujeres de conseguir un empleo remunerado, seguir estudiando y ejercer su derecho a la salud o al tiempo libre, indicó Emilia Reyes.
Sin embargo, el trabajo en los hogares no es reconocido como una actividad productiva, a pesar de que representa el 22.6 por ciento (2 mil 672 billones de pesos) del Producto Interno Bruto (PIB), superior a la aportación de sectores como el manufacturero y el agrícola, según Inegi.
Las labores domésticas y de cuidado de otras personas son socialmente desvaloradas, “se piensa que las mujeres no están haciendo nada” cuando por realizar esta tarea de “gran impacto” económico, “muchas están perdiendo beneficios como la protección social”, a la cual podrían tener acceso en un empleo remunerado.
La especialista refirió que “no se trata de que ellas lo dejen de hacer y salgan en busca de un ingreso”, si no de que se reconozca que es una labor fundamental para que una sociedad pueda existir, “eso es lo que significan esas cifras”, recalcó.
El valor del trabajo no remunerado en los hogares aumentó del 21.7 por ciento a 22.6 por ciento del PIB de 2003 a 2009; en ese periodo la participación de las mujeres registró un incremento de 16.9 por ciento a 17.3. Mientras que el valor aportado por los hombres pasó de 4.8 por ciento a 5.3.
Ante este panorama, se necesita que las responsabilidades del cuidado del hogar se distribuyan equitativamente entre mujeres y hombres. Para lograrlo, se requiere la intervención del Estado mediante el diseño de política pública que permita conciliar el trabajo y la familia a mujeres y hombres.
Por ejemplo, la política laboral debería tener en cuenta prestaciones sociales de paternidad, como las guarderías para que ellos dediquen tiempo en llevar y recoger a niñas y niños.
El valor del trabajo no remunerado de los hogares que en 2009 aportó cada persona fue de 37 mil 300 pesos para las mujeres y de 11 mil 800 para los hombres. Sin embargo, el valor de las tareas realizadas por las mujeres aumenta a 55 mil 200 pesos cuando viven con menores de seis años de edad, debido a la multiplicación de tareas que implica el cuidado infantil.
En este sentido, la experta señaló que es preciso ampliar los horarios en las escuelas primarias para reducir las horas de cuidado que actualmente destinan sobre todo las mujeres.
Otro requerimiento para aligerar la sobrecarga de trabajo de las mujeres es la creación de espacios de cuidado para personas enfermas crónicas, adultas mayores o con alguna discapacidad.
Al cuidado de otras personas, las mujeres dedicaron 13.7 por ciento del total de las horas destinadas al trabajo en el hogar; esta tarea representa un 28 por ciento del valor económico de la actividad, ya que es una labor especializada.
Para abatir la disparidad en el trabajo en el hogar también hacen falta políticas integrales que erradiquen la discriminación en torno a trabajo no remunerado, y que designa a las mujeres como únicas responsables de estas tareas, al incluir en la educación formal la importancia de una distribución justa de las labores domésticas.
Esta tarea puede reforzarse con trabajo comunitario que fomenten nuevas formas de relacionarse entre las y los integrantes de las familias, para que cada persona asuma su responsabilidad en el mantenimiento de su hogar, concluyó Emilia Reyes.