La actitud de muchos hombres de afirmar que las mujeres tienen más y mejores virtudes que ellos encierra una mirada edulcorada y banal que termina consolidando las asimetrías de género y las inequidades que deben ser corregidas.
La historia de los pronunciamientos de los hombres sobre las mujeres por lo general no ha sido buena. (Tampoco lo ha sido la historia de los hombres que golpean a las mujeres, pero esa es otra historia). Ahora Martin Amis aparece nuevamente y afirma que el mundo sería un lugar mejor si lo gobernaran mujeres.
“El ascenso de la mujer es algo genial, maravilloso e inevitable”, declaró este mes en un festival literario, “y yo soy una suerte de feminista milenario. Por el bien de la especie, los hombres tendrían que estar pidiendo derechos para las mujeres”.
Las mujeres tienen “cualidades” y “valores” superiores a los ojos de los hombres de la misma forma en que el noble salvaje posee una forma de sabiduría superior no contaminada por la educación.
Las mujeres están “feminizadas” , sea lo que sea que eso signifique, porque se las crió -a menudo con las mejores intenciones y sin rastros de conciencia- para que fueran “femeninas”, y no obstante, así como los hombres a los que se crió para que fueran “masculinos” tienen una personalidad individual, las mujeres no son todas iguales.
Vamos a tomarnos un momento para decir lo obvio. Si las mujeres parecer ser “más amables” y “menos violentas” que los hombres, se debe a que su capacidad humana para la crueldad y la violencia no ha tenido históricamente expresión en la esfera pública.
¿Qué es la anorexia sino crueldad contra el propio cuerpo? ¿Qué es el abandono de chicos sino violencia contra alguien que tiene menos poder que una? Cuando esas capacidades han tenido expresión fuera de la casa, las mujeres que están en posición de poder no se llevan las manos a la cara y dicen entre lágrimas: “¡Pero soy una mujer! ¡Soy demasiado buena para ser cruel!” La mayor parte de las mujeres logra vivir sin que las consuma la indignación ante su histórica falta de poder.
Pueden deprimirse -o por lo menos se informa que se deprimen- más que los hombres, y también tratar de suicidarse con más frecuencia. Sin embargo, como la mayoría de los seres humanos, encuentran formas de sobreponerse a las circunstancias.
A las mujeres no les es más fácil ni más natural que a los hombres ser amables y consideradas. Lo que pasa es que suele ser la única conducta aprobada para las mujeres que quieren evitar que se las considere locas.
Lo que la novelista Hilary Mantel llama “la asfixiante maleza de la falta de comunicación” en la vida doméstica existe tanto entre mujeres como entre mujeres y hombres.
No tiene ningún sentido sostener la posición de un potencial humano que limita y define las características de los individuos según el grupo al que pertenecen y no considera las condiciones sociales en las que esas características fueron objeto de una prominencia compulsiva.
En todo caso, que los hombres exijan que las mujeres los salven de sí mismos es gracioso. Los hombres, o por lo menos los hombres de clase media y alta, tienen libertad de acción en lo que respecta a las actividades civilizadoras desde hace mucho más tiempo que las mujeres: el voto, el alfabetismo, la educación superior, su propio dinero. Si vamos a considerar a las mujeres como un solo bloque político -y no como individuos que constituyen el 52% de la población, distribuidos en la estructura de clases-, entonces sin duda un tema más acuciante a analizar es la forma en que las mujeres que tienen dinero tratan a las mujeres que tienen menos que ellas .
El movimiento feminista no ha beneficiado mucho a las mujeres más allá de aquellas que sentían que estaban por encima de tareas subalternas como criar a sus propios hijos (es interesante que el derecho al trabajo que proclamaron muchas madres educadas suela traducirse en “mi derecho a hacer un trabajo interesante y bien pago mientras alguna otra mujer cambia los pañales a mi hijo o limpia mi casa o lava, plancha y dobla mi ropa sucia por seis libras la hora”). Por esa razón y muchas otras, no soy partidaria de que las mujeres se hagan cargo.
Prefiero que todos se hagan cargo y, más específicamente, pienso que la clase atraviesa el género y la raza.
La filósofa Mary Midgley, que atribuye buena parte de su éxito al hecho de que se educó durante la guerra, cuando los hombres estaban lejos, peleando, sugirió que “en tiempos normales, buena parte del buen pensamiento femenino se pierde porque no se lo escucha.” Si sustituimos “buen pensamiento femenino” por “buen pensamiento”, vamos a estar más cerca de la cuestión a abordar.
Copyright Clarín y The Guardian, 2010. Traducción de Joaquín Ibarburu.